domingo, 24 de febrero de 2008

Pluma, una propuesta pesada de Malayerba

“Pluma”, una propuesta pesada de Malayerba (3/3/2000)


Ciudad de Buenos Aires, Teatro Cervantes, fin del verano.
¿Por qué una propuesta pesada de Malayerba? Por varias razones y comentarios recogidos en el foyer a la salida del teatro.
¿Por qué razones?. Porque eso fue lo que me propuso, desde el comienzo, esta propuesta del conjunto ecuatoriano. Una trompada brechtiana.
El aparejo de cables (un gran encordado que desbordaba la escena), las dos sillas vacías a telón abierto, eran el escenario para un macht. Entre pesos pesados. Y eso vi.
Un enfrentamiento de un grupo de actores y actrices (todos pesos pesados de la actuación) con la platea. —¡Púm! ¡Tomen, no interpreten! ¡Escuchen y piensen! ¡Páf!
No se arrellanen en sus butacas. ¡Pím! ¡No hay tiempo! ¡No hay tiempos! ¡Crash!
Todo está (como dice Galeano) patas p’arriba. Este lugar no es este lugar, sino el lugar éste donde estamos todos: los desarraigados, los saltimbanquis, los malandros y las viejitas que sacan a pasear al gato. ¡Cállense, hijos de puta! ¡No digan una sola palabra! Ese parlamento del sargento de policía retumbó en los oídos porteños con rara familiaridad (no hace mucho, más de 30.000 silencios nos resuenan cada día, cada hora, cada minuto con sus gritos debajo de sus capuchas y las nuestras).
Pero no perdamos el hilo. Me revolví varias veces en mi butaca. No podía entrar en la propuesta de Malayerba. Era pesada, hermética, densa.
Por momentos los vi peleando contra el cine. ¿Cuál cine? ¿El ecuatoriano? No lo recuerdo. Lo vemos poco (lo hacen poco). Pero, como me dijo una compañera (dirigente de la Asociación Argentina de Actores): “cómo se ve la mano de Kusturica”. ¿De quién? Revisé el programa y no lo mencionan a ése. Pero en el programa dice que Pluma es un cuento campesino adaptado a la realidad urbana. Y en eso sí, los ecuatorianos pueden hacer mucho más que contar cuentos campesinos (siempre mal entendidos por los urbanos). Porque derribaron un gobierno constitucional y la tricolor fue reemplazada por la multicolor del Tahuantinsuyo. Campesinos que entraron a la casa de gobierno de la mano de algunos militares, hace pocos días, y el mundo entero los miró como a marcianos (como miraban ayer los espectadores a la propuesta de Malayerba). ¿Cómo se atreven? ¿Quiénes son y qué quieren? ¡¡¡¡¿¿¿Gobernarnos???!!!
Es verdad. Los ecuatorianos pueden darnos lecciones de cuentos campesinos a los metropolitanos. De realismo mágico. Y surrealismo político. También de tratamiento escénico y dramatúrgico. Son peso pesado. La categoría máxima (hace poco, en ese mismo escenario del Cervantes, Paco de La Zaranda, nos sacudió con Cuando la vida eterna se acabe).
Luché entre el sí y el no la primera hora. Quería entrar, entregarme a las emociones, identificarme con los personajes, con las actuaciones, con las escenas, con las situaciones, las unidades ¡por dios, con algo!, y era virtualmente despedido siempre, sin contemplaciones. Colgado de ganchos en una cuerda, revolcado por el piso de mis pobres aspiraciones sensibleras. ¡No sientas! ¡No te sientes! ¡Estate quieto, chico de mierda! —me decían a cada minuto los actores y las actrices de Malayerba desde la parquedad de su estética, singular, cuasi cinematográfica, pictórica, más cerca de la escultura, el circo y la plástica (ver capítulos Performance e Instalaciones), que de los manuales de teatro.
De pronto se abrió una puerta (que, para colmo de mis males, también estaba representada en escena con otra maldita puerta que jamas se abrió ni cerró), y una actriz descojonante, con un bastoncito y un gato de utilería, partió la escena en dos, la obra en dos, la propuesta de Malayerba en dos, la platea en mil pedazos. Y nos hizo conmover hasta el infinito, reír y llorar, entender todo. Era el pivote perfecto. Nos representaba a todos, a los espectadores y a los actores, al mundo que se va y al que viene. Al siglo de las sillas en las puertas de las casas y al de los teléfonos celulares que lo incomunican todo y se cortan siempre.
Ese cuatriálogo (de cuatro: el inspector, su mujer, la anciana y cada uno de nosotros) fue impagable. Llevado con maestría, con tiempo, con tempo y ritmo, pudo haber durado horas. Nadie quería se cortara. Era como el huevo batido en la comida. Unía todo. Le daba sentido.
Después sobrevinieron los falsos finales (dignos de toda obra festivalera: ver San Remo y Viña del Mar, últimas seis ediciones). Parece que sí, pero no. El efecto Julio Iglesias: a veces sí, a veces no, que sí, que sí..., que no, que no...
Para algunos, fue larga. Para mí, no.
Ahora, y con todo respeto, algunas opiniones.
El texto es hermoso, enorme, pleno, poético y sobre todo dramatúrgico. Bien por Vargas.
La dirección actoral de María del Rosario Francés, es impecable.
Debió ser casi de Mandrake. Estilos, muchas veces excluyentes como de marionetas, robots, danza ultramoderna, se amalgamaban suavemente con movimientos de acróbatas circenses, o training intenso de expresión corporal actoral avanzada. Quedó claro que Malayerba es un equipo afiatado, donde edades, procedencias y capacidades toman un mismo nivel hacia adentro y hacia fuera, con rapidez. Pero un nivel alto, de pesos pesados. Randi Krarup, Daysi Sánchez, Santiago Villacis, Pilar Velasco, José Rosales. Gerson Guerra, el mismo Arístides Vargas, Carlos Valencia y Valentina Pacheco, componen desde la intensidad, la variedad, la entrega, distintos personajes, imágenes, figuras, dúos, tríos, unísonos, multifacéticos, capaces de crear expectativas que hieren los sentidos, los horadan, los laceran y toman distancia para la crítica de la razón pura, como diría el viejo Kant.
Los vi luego en los camarines, en los pasillos y eran gente sencilla, casi tímida a pesar de las giras internaciones y los premios recibidos, siempre bien ganados (recuerdo en Lima, donde viví 18 años de exilio y otros tantos de trabajo actoral, la puesta que Malayerba mostró, con sólo dos actores, un hombre y mujer. Mejor dicho, un muñeco hombre y una costurera desempleada que escucha por radio, una tarde, la transmisión que Orson Wells hiciera del descenso de extraterrestres en las afueras de Nueva York.
Ella, sencilla, madura y él, mudo y tomando los roles que ella imaginaba. Un ejercicio escénico para pesos pesados, en una Lima asustada por los atentados y la corrupción. Recuerdo que hablé mucho con ellos después de la función en un teatro semivacío por falta de publicidad y previsión de los organizadores [algo que también había que reprochar a los nuestros en la función de ayer, donde fue evidente la ausencia de, por ejemplo, los estudiantes de los talleres y escuelas oficiales de teatro —más de 18.000 en la ciudad de Buenos Aires— que hubiesen gozado, no sólo viendo Pluma, y su concepción posmoderna y vanguardista, con permanentes rupturas y simultaneidad de registros, todo con la frialdad del lenguaje de la PC, tan común a las nuevas generaciones, sino entrando como invitados obligatorios (por derechos adquiridos en Ordenanzas Municipales, nunca derogadas pero tampoco cumplidas) a las salas de los Teatros Oficiales, y sobre todo a este Teatro Cervantes, digno de épocas donde la cultura era tratada con respeto y presupuestos generosos por los gobiernos de turno.
Pero no quiero perder el hilo de estas reflexiones hechas bajo el calor del reconocimiento y entre pares.
No puedo concordar con toda la propuesta. Vamos por caminos diferentes.
Creo en no ser contemplativo con el espectador. Pero también creo en su capacidad de percepción, de entrega y de análisis. Ayer, muchas veces, tuve la sensación que la propuesta, ésta propuesta de Malayerba, no nos dejaba entrar. Nos mantenía a una distancia más que prudente, como diciendo, no pueden entrar todavía: estamos trabajando duro para mostrarles algo que ustedes deben ver y que no quieren ver.
Prefiero aquella que me abre la puerta, aunque después entre en una licuadora y salga con las ropas y el corazón roto. Con el alma sucia y expuesta, pero habiendo participado del deshuese, del trajín. No me gustan las violaciones, pero sé de la violencia. Vivimos una época violenta. Vidas muchas veces violentas. Pero no queremos más violaciones de ningún tipo. No queremos más estar representados, sino estar presentes.
Ya sé que esto es ideológico. Pero es a lo que fui expuesto ayer. A usar ideologías como varas, para dar y recibir. Fue una noche, dura. Pesada.
Algunos dijeron que debió acabar antes.
Quise escuchar que KO. Como en los match de box.
Sobre todo cuando hay pesos pesados.
Gracias, Malayerba, por exponerse así. Por ser tan íntegros.
Por estar con nosotros para este round.
No importa que no concordemos plenamente
Las diferencias nos enriquecen. Siempre,
Créanme al menos esto.
Siempre.

Un abrazo sincero y solidario de
Gustavo Mac Lennan
Miembro del ETI –Encuentro de Teatristas Independientes
Tel/fax 4813 0585
macpatoloco@yahoo.com

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